diumenge, 11 de novembre del 2018

VIOLENCIA DOMËSTICA:: Juegos prohibidos Por Cristina Pacheco



Araceli, no creo que esas heridas te las hayas hecho tú. De seguro fue el maldito de Sixto, pero no lo dices porque le tienes miedo.
–¡No, Rebeca, te juro que no fue él! (En su cama de hospital Araceli se toca la curación que tiene en la frente.) Hace mucho que Sixto no me golpea ni me insulta.

–Entonces ¿quién fue?

–Ya te lo dije: fui yo. Me di de golpes contra la pared. Me entró pánico: quería morirme para no seguir al lado de Sixto.



No te entiendo. Me dijiste que él ha cambiado, que no ha vuelto a maltratarte.

–Es cierto. Ya sólo juega conmigo, pero no soporto la forma en que me mira ni su risa mientras me ve temblar de miedo. (Sigilosa.) ¿Sabes lo que es verte tirada en el suelo con el pie de tu marido oprimiéndote la cabeza y amenazando con aplastarla como si fuera un insecto? Así estuvo un buen rato hasta que me cansé de implorarle piedad. Sixto oyó mi súplica, me tendió el brazo para ayudarme a levantar, me limpió las lágrimas y me dijo lo que más aborrezco: ‘‘Tontita, escandalosa: sólo estaba jugando.’’

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