divendres, 15 de febrer del 2019

"Al PIB le gustan la contaminación, el delito y las guerras"


El indicador más importante de la economía adolece de graves deficiencias, tanto por las actividades que suma (es indiferente si una actividad es más o menos dañina) como por las que deja fuera, como los servicios digitales no tangibles

Tampoco contempla la calidad, el bienestar ni la distribución de la riqueza, lo que genera una desafección creciente entre la medición de la marcha de la economía y la percepción de los ciudadanos de su propia experiencia

"Dar el pecho en términos de PIB no tiene ningún impacto. La leche en polvo, sí. De manera invisible esto establece algunos incentivos", explica el periodista y editor del Financial Times David Pilling






El Producto Interior Bruto (PIB) fue inventado por un tal Simon Kuznets en los años 30 del siglo pasado. Este economista ruso–estadounidense concentró toda la actividad humana en un solo número que utilizó a Roosevelt para diseñar el "new deal" y sacar a EEUU de la crisis. Midió la producción de fábricas y granjas. Evitó introducir las actividades ilegales y dañinas para la sociedad.

Ochenta años después, el PIB sigue entronizado como el principal indicador de la marcha de economía y su crecimiento o caída mueve las políticas públicas y obsesiona a los gobernantes. Continúa midiendo solo cosas tangibles, y no los servicios (ni mucho menos los digitales), igual que en época de Kuznets. Pero en contra del criterio de su creador ahora sí contribuyen al cálculo del PIB la especulación financiera, la prostitución, el tráfico de drogas o el armamento.

El periodista David Pilling explica en una entrevista con eldiario.es que es hora de bajar del altar este indicador y empezar a contemplar también otras cifras como la distribución, la renta mediana (que da una idea de cómo vive la persona típica) o la longevidad con salud. La arbitrariedad del cálculo del PIB no implica que sea neutro, ya que su crecimiento se ve favorecido por la contaminación, el delito y las guerras, como relata este editor del Financial Times en el libro El delirio del crecimiento (Editorial Taurus) con multitud de ejemplos y un verdadero afán por hacer comprensible y amena la economía





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