A finales del siglo XX, desde el Grupo ETC advertimos sobre la inminencia de un tsunami de potentes tecnologías convergentes, que afectaría muchos aspectos de la vida económica, social, cultural y política, con grandes impactos para el medio ambiente y la salud. Todo en el contexto de la mayor concentración corporativa de la era industrial, con oligopolios extremadamente poderosos, que controlan inmensos sectores de producción y tecnología. La realidad superó nuestras más atrevidas fantasías. Las organizaciones y movimientos lidiamos ahora con esta compleja realidad. El desafío es construir colectivamente plataformas de evaluación social de la tecnología, para avanzar en la comprensión crítica del todo tecnológico y fortalecer la capacidad de acción colectiva.
En el año 2000, el Grupo ETC bautizó BANG a la convergencia de tecnologías (Bits, Átomos, Neurociencias, Genes), refiriéndonos a tecnologías digitales, nanotecnología, tecnociencias cognitivas y biotecnologías. Una convergencia que constituyó una especie de Big Bang tecnológico, que parafraseamos como un “Pequeño Bang”, porque las tecnologías moleculares y a nano-escala (aplicadas a seres vivos, materiales, comunicación) son la plataforma de desarrollo de las otras.
Ya nadie está fuera de esta explosión tecnológica. Pero para cada una de nosotras y nosotros, separadamente, es difícil percibir la totalidad y dimensión de sus impactos que se complementan. Los gobiernos, mayormente controlados por intereses corporativos y asumiendo el mito de que los avances tecnológicos siempre son beneficiosos y de que las crisis ambientales, climáticas, de salud se pueden resolver con más tecnología, han dejado que todas prosigan, se usen, vendan, estén diseminándose en el ambiente y en nuestros cuerpos, sin siquiera mínimas evaluaciones de sus posibles impactos negativos y mayormente sin regulaciones, mucho menos con la necesaria aplicación del principio precautorio.
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