Si miramos al pasado, podemos comprobar un hecho innegable: la dimensión espiritual-religiosa era una opción invidual privada, que nos relacionaba con el mundo interior de la santificación y salvación del alma y su destino final en el más allá , que poco o nada tenía que ver con el mundo terrenal de la vida pública. Vida pública y religiosa eran mundos contrapuestos, la primera en manos del Estado y la segunda en manos de las Iglesias; en la primera campaba el disfrute y gestión de lo temporal y en la segunda la dedicación y cultivo de lo espiritual. Y, por añadidura, el mundo espiritual era superior al material, lo mandaba y sobre él ejercían poder las Religiones.
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