Berta Cáceres decía que podía hablar con el río Gualcarque, escuchar lo que el río le decía; sabía lo difícil que sería emprender y sostener la lucha por la defensa de los bienes comunes de la naturaleza y los derechos humanos de su pueblo Lenca, ancestrales custodios de las aguas de sus ríos y bosques sagrados.
Esa comunicación de Berta con los ríos, sus sonidos y sus historias, forman parte de una cosmovisión ancestral que nos reconoce como hijos e hijas de la tierra y que desde hace más de 500 años, fue castigada y condenada como idolatría y pecado en la época colonial, mientras que en la actual era del mercado global extractivo y especulativo es vista desde el paradigma del crecimiento como obstáculo para el progreso.
La lucha de Berta en Honduras, la de Chico Méndez en Brasil, la de Máxima Acuña en Perú, la del pueblo indígena Ngäbe en Panamá, la de José Tendetza en Ecuador y tantos otros pueblos a lo largo de América Latina, son atemporales y a pesar de ser originarias de distintas geografías, desembocan en un contundente llamado a transformar los valores corrosivos que amenazan el futuro de nuestro planeta.

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