La vida de los seres humanos no es una fotografía estática detenida en un solo momento. Ella es una película en eterno movimiento marcado por una sucesión de hechos y acontecimientos ligados por un hilo conductor. El cemento aglutinador de ese conjunto es la MEMORIA que va soldando los diversos eslabones de la existencia. Un solo eslabón que falte y es toda la cadena que se corta y disloca. Es por ello que conservar su integridad es esencial para darle sentido a nuestra historia. Pero no se trata solo de nuestra historia personal sino además y sobre todo de nuestra historia colectiva.
La brutal fractura que produjo en nuestra sociedad el golpe de Estado de 1973 hizo que apareciera un país “de antes de 1973” y otro “de después”. Además de ser un quiebre temporal, lo fue también geográfico, pues creó un país “de adentro” y uno “del exterior”. Fuera de Chile, la comunidad de exiliados guardó tradiciones, recuerdos y añoranzas que pudieron conservarse sin el miedo de la represión ni el temor de la muerte, herramientas que la dictadura civil-militar utilizó para intentar hacernos olvidar y eliminar de la memoria nacional la larga tradición de luchas populares que han marcado la historia chilena. Hay que subrayar que, contrariamente a esa difundida frase forjada por la dictadura y repetida sin cuidado por muchos, frase que habla de la « Beca Pinochet », los exilados no ganaron una « beca », lo que habría representado un premio y un reconocimiento, sino que sufrieron un castigo que trajo la pena del desarraigo, la condena de la separación de sus seres queridos, la pérdida de su lengua materna, irremplazable para expresar los sentimientos más íntimos.
Rescatar y restituir la memoria conservada por la comunidad chilena del exilio es un deber político de primera urgencia.

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