dijous, 15 d’agost del 2019

Brasil y Guatemala, divina corrupción


La incursión de las iglesias neopentecostales en dos presidencias latinoamericanas, Guatemala y Brasil, contradice drásticamente su discurso de combate a la corrupción.

Dos historias distintas, dos naciones, ambas con presidentes bautizados como neopentecostales: Jimmy Morales en Guatemala y Jair Bolsonaro en Brasil. Los dos llegaron al Gobierno de sus respectivos países apoyados por los votos fieles de sus iglesias. Para lograr ese respaldo decidieron convertir o reafirmar su filiación religiosa: Bolsonaro saltó del catolicismo al evangelismo neopentecostal en 2016, en una ceremonia de bautismo en el río Jordán -en el corazón del conflicto árabe-israeli-, que fue retransmitida hasta el cansancio durante su campaña en 2018. [1]. Morales hizo lo propio para reafirmar su fe: desde temprana edad es neopentecostal porque estudió la secundaria en un colegio evangelista, sin embargo, en plena campaña presidencial viralizó un video mostrándose en oración con uno de los más mediáticos pastores evangelistas de Guatemala.




Sus prédicas y vindicaciones religiosas, sin embargo, no son congruentes con sus prácticas de gobierno. La corrupción resultó ser otro factor común entre estos dos presidentes. El espíritu protestante chocó con las practicas gubernamentales. Jimmy Morales está acusado de lavado de activos, de violaciones, y de llegar al Gobierno financiado por dineros del narcotráfico, acusaciones que logró sortear con la ayuda de la red de medios de comunicación neopentecostal; una red con mucha influencia sobre el 41 % de la población que pertenece a alguna de las 27 mil iglesias[3] Fue en ese contexto de acusaciones que se definió el traslado de la Embajada de Guatemala en Israel de Tel-Aviv a Jerusalén.

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