Empresas transnacionales y pequeñas oligarquías locales siguen manteniendo un sistema de explotación que hacen de Guatemala, y de otros países de la región, simples fincas coloniales donde recursos y vidas son propiedad de los nuevos patrones.
Totonicapán, Cahabón, Quiché, Sipakapa o San Juan Sacatepequez no son solo nombres de una sonoridad especial, no son solo lugares destacados de una de las mayores culturas del mundo, la maya. Estos son también nombres de comunidades en las que la violación sistemática de los derechos humanos individuales y colectivos se hace realidad cotidiana en toda su crudeza.
Lugares donde, al igual que la riqueza en el mundo de hoy, esas violaciones se concentran más y más, no en cada vez menos manos, sino en un reducido territorio del continente americano. Hablamos de Guatemala y de tiempos y lugares en los que hoy las empresas transnacionales y oligarquías locales son los nuevos protagonistas de un proceso colonial que, con formas no tan diferentes, perdura por más de cinco siglos.
Porque el sistema colonial nunca desapareció en estas tierras. Los procesos independentistas de hace doscientos años supusieron la sustitución de las élites dominantes blancas por otras mestizas, pero de mentes colonizadas.

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