Vivimos en un mundo globalizado donde el ser equivale al tener y en el que, por ese motivo, no siempre adquirimos los productos por verdadera necesidad. Si conociésemos el proceso de elaboración de lo que consumimos, comprobaríamos que la mayoría de los productos tiene materias primas extraídas en África o en Hispanoamérica. Que en muchos casos, aparte del impacto ambiental de estas cadenas de producción, las materias primas viajan después a un país del sudeste asiático para ser procesadas por una mano de obra tan barata que se puede definir como esclavitud. Y que, por último, el producto, bien embalado y con un gasto de combustible desorbitado, llega al país de consumo final
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