dijous, 23 de març del 2017

EL SALVADOR: Monseñor Romero, educador


Definitivamente, marzo es el mes de Monseñor Oscar A. Romero. El Arzobispo asesinado el 24 de marzo de 1980 nos convoca siempre a reflexionar no sólo sobre su pensamiento y obra, sino a valorar y recuperar su legado, en una época distinta a la suya, pero con desafíos igualmente importantes e impostergables.  




Ciertamente, de Monseñor Oscar Arnulfo Romero se pueden decir muchas cosas. Y la más radical es que Mons. Romero es lo más importante que le ha sucedido a El Salvador en el siglo XX.  Peor para quienes no quieren o no pueden –por su ceguera ideológica o por su ignorancia— darse cuenta de ello. Peor para quienes no quieren o no pueden darse cuenta de lo terrible que fue su asesinato.

Pues bien, parte de la grandeza de Mons. Romero es que supo detectar con lucidez los problemas sustantivos de El Salvador y supo, a la vez, vislumbrar los caminos que llevarían a su solución. En esta línea, entendió que en el mar de problemas nacionales a enfrentar, la educación era, además de un desafío urgente a encarar, un camino para avanzar en la transformación de la realidad nacional.

De una y mil maneras Mons. Romero insistió en que la educación debía preparar a los niños y las niñas, a los muchachos y las muchachas, para ser agentes de cambio social, familiar y personal. Es decir, que la educación debía estar volcada a atender, desde las exigencias del conocimiento, los problemas de la propia realidad.

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