dilluns, 24 d’abril del 2017

El oficio de sirvienta por Ilka Oliva



Últimamente defensores de derechos humanos nos llaman asistentes domésticas, para aminorar el golpe, pero a las cosas por su nombre: somos sirvientas, nuestro oficio es servir.

Partiendo de ahí, podemos desmenuzar la gama de abusos que vivimos quienes trabajamos en el servicio doméstico y en mantenimiento. No importa el   país, la realidad de los sirvientes es   la misma en todos lados. No nos vamos a dar baños de pureza y a señalar a Estados Unidos como el causante de todos nuestros males. En India, existen las castas, en Latinoamérica las mentes colonizadas, y así vamos por país y continente, cada uno con sus propios males.




No se trata del color, de la nacionalidad, ni del idioma, se trata de quién tiene el poder y quien tiene el poder abusa y discrimina, con propios y extraños. El oficio de niñera y empleada doméstica es el mismo, solo varía el nombre: en ambos el trabajo es servir. Y digo servir con todo el peso de la palabra: de día y de noche. Cuando los niños están en la escuela o en clases particulares, las niñeras nos encargamos de limpiar la casa, los cuartos de juego, cocinar, lavar la ropa: el oficio doméstico. El de la empleada doméstica es igual y ambas son tratadas como muebles viejos. Porque una limpia pañales sucios y la otra baños sucios: ambas trabajan entre la mierda.

Las niñeras somos las mamás emergentes, estamos ahí todo el tiempo porque las mamás están en sus clases de yoga, tomando el té con amigas o viajando por el mundo. Algunas, contadas, son las que trabajan. Entonces las niñeras sin querer, como consecuencia de nuestro trabajo, damos abrazos, entendemos emociones, cuidamos enfermedades, contamos cuentos y nos desvelamos y damos apoyo moral a niños que aprendemos a querer como propios y, que en el futuro cuando se den cuenta de nuestro papel en su casa y en la sociedad, nos tratarán como los muebles viejos desechables. Porque es el patrón, porque son parte del círculo de la cultura del capital.



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