La corrupción ha sido -y es- un tema de urgente actualidad. Los medios están llenos de denuncias y escándalos. Sin embargo, a pesar de su gran difusión, pocas veces este fenómeno social recibe un análisis profundo.
Muchas son las lecturas inapropiadas que se hacen para entenderla, y peor aún, con frecuencia no se llega a sancionar adecuadamente los hechos corruptos. Esto causa una generalizada frustración y no menos confusiones, especialmente entre quienes no son corruptos, pero ven -impotentes- que “los inmorales nos han igualao …”.
“…otro eje estructural básico (de la Revolución Ciudadana), la recuperación y la forja de valores que permitan cristalizar una sociedad libre de corrupción, entendida ésta no sólo como actos reñidos con la ley, sino como el abuso de poder por parte de individuos u organizaciones sea en el ámbito público o privado, en actividades económicas, políticas, sociales, empresariales, sindicales, culturales, deportivas, que beneficien directa o indirectamente a una persona o a un grupo de personas”.
Realmente el tema es recurrente en la vida de la humanidad, pero no por eso tolerable en ninguna circunstancia, aun cuando la plaga infecte a casi toda dimensión del convivir humano. Desde hace más de mil años, cuando el código de Hammurabi explicaba qué castigos se debían destinar a los corruptos, hasta la fecha muchos acontecimientos históricos marcados por la corrupción se han registrado. Claro que, en dicho registro, hay episodios pequeños y otros que sellaron épocas.
En ocasiones la corrupción contribuyó a destruir y construir civilizaciones como pasó con aquella estafa de canjear espejitos por oro y piedras preciosas hace más de cinco siglos, cuando los europeos se impusieron violentamente en América, África y otras regiones del mundo.
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