La Conferencia de Obispos de América Latina (“Medellín-68”) tuvo un objetivo central y de largo alcance: trabajar por la “Transformación de América Latina”. El contexto del Concilio Vaticano II (1962-1965), el hecho histórico y los documentos, inspiraron y alimentaron los diálogos y los debates de la asamblea episcopal, en Medellín. También hicieron parte del contexto, los fuertes vientos de cambio que recorrían Europa Occidental, USA, Canadá y América Latina. Sin olvidar las luchas libertarias de diferentes pueblos de África y Asia, para acabar con el colonialismo.
Con “Medellín-68” y sus desarrollos, las iglesias de América Latina buscaban iniciar una nueva etapa de su historia, con rostro propio. Hubo un antes y un después. “Antes”, todo se decidía desde El Vaticano. “Después”, empezaron a cobrar vigencia la autonomía, el protagonismo y la descentralización de las iglesias latino-americanas.
Los protagonistas, los documentos, las Conclusiones y la praxis de “Medellín-68”, llenaron de miedo a las más altas instancias de la Institución Eclesiástica, al Imperio USA y a los estamentos político-económicos de los países de América Latina. Muy pronto organizaron una estrategia para “desmontar Medellín-68”, desde lo eclesial y desde lo político.
Las fuerzas del no cambio, eclesiásticas y políticas, tanto nacionales como imperiales, se opusieron tanto al Concilio como a Medellín-68. No lograron frenar las dinámicas eclesiales y sociales, durante el desarrollo de esos dos procesos, pero sí se organizaron para evitar la puesta en práctica de sus visiones liberadoras, de sus teologías, de sus propuestas pastorales y de sus nuevas maneras de analizar, de entender y apoyar los cambios socio-políticos.
Por tal razón, a cincuenta años, NO hemos logrado cambios estructurales para las iglesias y para los pueblos de América Latina.
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