La muestra más reciente de lo que significa la traición a un pueblo se está viviendo en estos momentos en Ecuador, que confió plenamente en Lenín Moreno y lo escogió como su presidente gracias a que Rafael Correa puso el pecho por él y lo honró con lo respaldo en un momento crítico para toda América Latina; pero ni Correa ni los pueblos latinoamericanos nunca imaginamos que sería el gran traidor de los últimos cien años en el continente y que con todo su odio y mezquindad (porque sabe muy bien que jamás logrará ser ni la sombra del zapato de Correa) atacaría las raíces de la Revolución Ciudadana para arrancarla e instalar de nuevo en el país la política del terror, de la opresión y el saqueo.
Lenín Moreno, un títere más de los que abundan en Latinoamérica, se arrastra sediento de poder a los pies de sus amos, un pobre pelele que obedece las órdenes de las mafias oligárquicas a cambio de migajas que le lanzan al suelo y levanta hambriento con lengüetazos agonizantes.
Pensando en que sus amos le den su palmadita en la espalda y le sigan lanzando migajas, ha echado a andar una persecución ideológica contra todo aquel que se atreva a tan solo nombrar a Rafael Correa y a reconocer su impresionante labor en la reconstrucción de un país que encontró en ruinas.
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