Hace 52 años fusilaban al comandante Ernesto “Che” Guevara en La Higuera Bolivia. Nacía un mito y un sueño de liberación que persiste hoy día en América Latina. El homenaje al Che en esta emotiva crónica.
Debe ser cerca del mediodía, por el calor que aumenta y el olor a sopa que flota en el aire. Un soldado del ejército boliviano trae un plato de sopa caliente, aunque no puede distinguir bien el sabor a causa de las muchas lesiones tras la captura, la herida de bala en la pierna, la mala alimentación que no distingue entre papas o piedras. El soldado casi no mira al comandante guerrillero que yace encorvado en el asiento; el prisionero casi no tiene fuerzas para levantar la cabeza, la sopa podría tener más sal. El olor de la tierra seca se cuela por las rendijas de la precaria construcción donde lo tienen encerrado, pero le permite escuchar el ruido que hacen las cotorras de los acantilados y esos pajaritos marrones que les dicen bandurritas, que tanto le hacen acordar a los horneros de argentina.
Piensa en Neruda, en el enigmático acento chileno, en el olor del agua de coco y la pólvora, en el verde paisaje de la insurrección del Congo. Por momentos se pregunta si todo esto es real, si será un delirio de fiebres y Tania lo viene a buscar para tomar unos mates a orillas de ese arroyo que tanto le gusta, el Ñacahuazú, pero el arroyo en realidad es un río, y a Tamara Bunke la mataron hace más de un mes y esto es jodidamente real, jodido como sólo puede ser la vida en América Latina, esa tierra que tanto recorrió y que nunca pudo liberar, que hoy lo verá pasar a la historia.

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