Para aquellos analistas e intelectuales, que sostenían que el ciclo de gobiernos progresistas había llegado a su fin en América Latina Caribeña, la realidad les está demostrando que ese punto de vista era errado.
Que hubo retrocesos, repliegues y hasta derrotas, es cierto; el imperialismo y las oligarquías nativas no se iban a quedar cruzados de brazos ante el avance de los pueblos. Era lógico que una embestida contrarrevolucionaria se iba a desatar aprovechando vacilaciones, inconsistencias y limitaciones de las fuerzas y gobiernos progresistas y revolucionarios. Esto sucedió y sucede en estos momentos, pero de ahí a firmar un certificado de defunción al ciclo progresista que se abrió ya hace 20 años es una cosa muy distinta.
La hora actual ubica a nuestra América en plenas jornadas de lucha; unas abiertamente en las calles y otras a través de procesos electorales.
Si bien los gobiernos revolucionarios de Venezuela, Cuba y Nicaragua sufren un aluvión de agresiones imperialistas de diferente índole, observamos también un incremento significativo de la unidad de las fuerzas revolucionarias y el pueblo en torno a la defensa de la Patria. El gobierno mexicano sigue dando muestras claras de criterio propio ante las presiones externas, rompiendo con los tiempos de sumisión al vecino del norte. Bolivia, con Evo y su pueblo, ya se levanta como un faro en el corazón suramericano.
A su vez, los regímenes neoliberales están siendo cuestionados con fuertes protestas en Chile, Colombia, Ecuador, Honduras, Haití y Perú. Bolsonaro en Brasil ha perdido, en gran parte, la popularidad sobre una franja de la población que lo llevó a la presidencia, y Mauricio Macri, en Argentina, ya prepara las valijas para irse maltrecho de la Casa Rosada.
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