Al finalizar el 2018 se habrán celebrado más de una decena de comicios en América Latina –entre ellos cinco elecciones presidenciales–, es por ello que las noticias sobre sondeos de intención de voto están a la orden del día. Las encuestas son el método más generalizado para intentar arrojar algo de luz sobre las preferencias del electorado. Sin embargo, muchas veces erran con un amplio margen –o en forma reiterada por una escasa diferencia– en sus tendencias. Estos “errores” levantan suspicacias acerca de la intencionalidad e imparcialidad de las encuestadoras y sus dueños.
Las formas más comunes en las que se influye en el electorado son a modo de profecía autocumplida, es decir una predicción que, una vez hecha, es en sí misma la causa de que se haga realidad. El mejor ejemplo en este sentido es el hecho de que liderar las encuestas otorga un plus, ya que ser percibido como posible ganador es un elemento fundamental en una elección de voto estratégico. Sin embargo, no es la única. Las encuestas son capaces de incidir en el comportamiento del electorado a partir de la difusión de escenarios electorales, en los cuales el “voto útil” se vuelve clave para interpretar el resultado final. Caso a caso, los “errores” en los resultados de las encuestas reiteran que algo no funciona del todo bien en las metodologías y los fines de las mismas.

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