Señor Presidente:
No sé si estas letras llegarán alguna vez a sus manos. Quisiera que al menos lleguen a aquellos a los que usted anda pisoteando sin escrúpulos.
Supe de usted allá por el año 1980, cuando acababa de triunfar la revolución sandinista (hoy traicionada por usted) y en plena campaña de alfabetización. Soy “hermano” de Fernando Cardenal (una de las personas más honestas que he conocido) y el provincial de los jesuitas de Centroamérica, César Jerez, me invitó entonces a Nicaragua para dar algunas charlas en apoyo de la recién nacida revolución. Fruto de aquella estancia fue un libro (“Paseo por la resurrección y la muerte”) que comparaba las situaciones de Nicaragua y El Salvador.
El título ya refleja mi apoyo a la revolución, aunque siempre intenté que fuera un apoyo crítico, lo cual me valió algunos recelos en aquella hora de un entusiasmo casi ciego.
De aquellos días recuerdo dos frases que hoy quisiera poner aquí de relieve: “Los ojos de todo el mundo están fijos en Nicaragua”. Entonces era una especie de invitación al buen ejemplo. Hoy se ha convertido en una petición a todo el mundo para que mire otra vez a esa querida Nicaragüita, que ya no está abonada solo con la sangre de Diriangen, sino con la de tantos jóvenes caídos, antaño luchando contra Somoza y hoy contra un nuevo somozismo inesperado entonces.
La otra frase la oí varias veces en mi comunidad (por allá por Bosques de Altamira), cuando alguno de los 9 comandantes (Bayardo Arce o quien fuese) parecía destacar o cobrar protagonismo: “no, no, que nadie acapare todo el poder, que sea un poder compartido…”. Tengo para mí que la perversión de una parte del sandinismo comenzó en la medida en que se fue acabando eso del poder compartido. Y hoy se percibe eso en su situación.
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