El hacinamiento y la pobreza pueden transformar a la pandemia en una tragedia mayúscula. El desamparo sanitario es dramático en comparación a los países más afectados por la infección y el negacionismo criminal multiplica los fallecidos. Los gobiernos derechistas priorizan los negocios y retacean las cuarentenas, en contraposición a las administraciones que privilegian la protección de la ciudadanía.
El coronavirus ha desencadenado otra crisis del capitalismo dependiente y la escala prevista de esa convulsión es aterradora. La agresión contra los salarios y el empleo coexiste con rescates que privilegian el socorro a los empresarios. La viabilidad de esos auxilios dependerá de la duración de la recesión y sus modalidades prefiguran distintos cursos de la economía luego de la pandemia.
La pandemia ya provocó en América Latina un drama mayúsculo en tres países (Brasil, Ecuador y Perú) y escenarios de gran peligro en otro grupo de naciones. El cuadro de situación cambia día a día y nadie sabe cuál será el impacto final de la infección. Hasta ahora el porcentual de fallecidos es inferior a Europa y Estados Unidos, pero la oleada de contagios no alcanzó su pico[1].
Como el coronavirus llegó más tarde, todos los gobiernos tuvieron cierto tiempo para implementar el distanciamiento social requerido para aplanar la curva de contagios. Esa medida fue rechazada o adoptada en forma tardía por los países que concentran el grueso de las víctimas[2].

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