En medio de la excitación por la aprobación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, es triste constatar que en nada hubiera cambiado el resultado de la cumbre si la delegación española no hubiera aparecido por Naciones Unidas. Es aún más triste, si cabe, al recordar el liderazgo que España desempeñó en la anterior Cumbre del Milenio, que nos ha de llevar a concluir que el espacio que ahora se ha desaprovechado era grande, muy grande.
Convertida en un donante mediocre tras haber reducido la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) a su nivel más bajo desde 1990, España ha optado por mantener un perfil bajísimo en foros internacionales sobre desarrollo, poniendo en entredicho la credibilidad ganada tras años de trabajo que había sido alentado, en mayor o menor medida, por gobiernos de distinto signo. Pese a que los Presupuestos Generales de 2016 prometen ser algo menos malos con la AOD, parece ser que el gobierno sigue pasando por alto una pregunta fundamental: ¿Qué papel debe jugar España en el mundo?
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