Desde la década de los ‘50 en los países latinoamericanos se vive un proceso de acelerado despoblamiento del campo y crecimiento desmedido y desorganizado de sus ciudades principales.
Hoy cada niño que nace en Latinoamérica ya sufre la condena de tener sobre sí una deuda de 2.500 dólares con los organismos financieros internacionales (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). Deuda, obviamente, que repercute en una falta crónica de servicios básicos, en falta de oportunidades, en un futuro ya bastante trazado (y no de los más promisorios precisamente).
La pobreza de donde provienen estas niñas y niños no se concibe sólo en términos de ingreso monetario, siempre escaso por cierto. También lo es en cuanto a recursos en general para afrontar la vida, en conocimientos, en experiencias. Las familias “reproductoras” de niños que van a trabajar, o en algunos casos vivir, a las calles son en general numerosas, con dinámicas violentas, con antecedentes de alcoholismo, en algunos casos promiscuas, a veces con historias delincuenciales. Pero todo ello no por una cuestión de “dejadez”, de “vicio moral”. Es el síntoma de una descomposición social creciente de un sistema que, en vez de integrar gente, la expulsa.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada