Apenas se ve, apenas se nombra y, sin embargo, el aceite de palma está presente en prácticamente la mitad de los productos que hay en un supermercado, desde alimentos procesados a jabones, velas y cosméticos; es también un producto en auge por su utilización para agrocombustibles.
Paralelamente, y también en silencio, las plantaciones de palma han ido colonizando países, avanzando con la rapidez propia de lo que parece ser un negocio seguro. Indonesia y Malasia son desde hace años los principales centros de producción, pero la palma africana o aceitera se expande con rapidez en América Latina y algunos países africanos. Si sus defensores sostienen que la palma es el camino hacia el desarrollo, sus críticos afirman que las consecuencias del monocultivo son igualmente devastadoras para la fertilidad de los suelos y para la supervivencia de millones de campesinos desplazados y despojados.
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